Ej 7 - Ruptura de la situación esperable
1-
Completar la secuencia identificando la acción previsible y el lugar
común como primera opción. Luego ofrecer otra que trasgreda.
2-
Elegir alguna de las secuencias anteriores y escribir un cuento.
5- Aquiles es el corredor más veloz de la ciudad. Una
tortuga lo desafía a una carrera...
-
Aquiles gana la carrera.
-
La tortuga gana la
carrera
Parecía una tarde
cualquiera en la ciudad, que también era una ciudad cualquiera. En sus calles,
como solía ocurrir, todos celebraban una nueva victoria de Aquiles, su corredor
más veloz, quién incluso había logrado que esa “ciudad cualquiera” se hiciera
famosa más allá de sus fronteras. Nadie en la región del sudeste desconocía las
calles de aquel pueblito, donde Aquiles dio sus primeros pasos. Los locales que
visitaba mientras entrenaba haciendo entregas, las escaleras que subía y bajaba
a toda velocidad, las veredas recorridas con –quien sabe- cuantos kilómetros,
la plaza principal donde era coronado con frecuencia, ya eran habituales en su vida.
La ciudad parecía
florecer con cada paso de Aquiles. Los montes, al final de las calles,
simulaban ser el mismísimo Olimpo conquistado. Los árboles mantenían sus hojas
durante el otoño, y la nieve del invierno resultaba más decorativa que
abrumadora. Recordemos que Aquiles viene de familia humilde, madre recolectora
y padre granjero. Su habilidad, cuenta la leyenda, se forjó durante su niñez,
cuando corría por los altos pastizales de la pradera, recolectando junto a su
madre.
Sin embargo, esto era
historia del pasado. Aquiles se volvió un hombre que no supo conservar su
origen. Muchos decían que su rapidez hizo que
su humildad quedara atrás, para que esta nunca más lo alcanzara.
Durante la primavera,
la ciudad esperaba el regreso triunfal de Aquiles, que, como hacía ya una
década, conseguía la victoria en la “Travesía del Sudeste”, carrera que
convocaba a los mejores atletas de la región. Aprovechando una tarde, cuando
las flores no dejaban de brotar, y sus pétalos de tener cada vez más color, el
pueblo se reunió en la plaza central para agasajar a su máximo exponente de los
últimos tiempos, Aquiles, que recibió un nuevo galardón.
Mientras tanto, la
tortuga se miraba al espejo. No veía muchos cambios en su cuerpo, a pesar de
haber entrenado con tanto esfuerzo durante días enteros. Con cierta melancolía,
miró por la ventana aquella fiesta que ella misma había organizado, en homenaje
Aquiles. Todos sonreían, aplaudían e inventaban canciones; en la habitación, la
Tortuga sólo podía encontrar su reflejo. No es que no se sintiera feliz por
Aquiles, ella también lo admiraba, pero estaba desilucionada por sentirse lejos
de la figura de su ídolo. Es que Aquiles, con el paso de los años y su
creciente fama, pasó de ser un vecino más, casi un amigo, a ser un hombre
distante, pedante y soberbio. La tortuga siempre supo conservar su humildad,
ser una ciudadana considerada en la ciudad, atenta y dispuesta. Todos la
buscaban para organizar estas celebraciones, pero nadie notaba su ausencia
durante ellas.
Alternando su mirada
entre el espejo y el festejo, la tortuga escuchó finalmente el choque de las
copas durante el brindis final y, casi en un abrir y cerrar de ojos, una
sonrisa se reflejó en su cara. El sonido del vidrio chocando sacudió todos sus
miedos e inseguridades, y con una firmeza inusitada, abrazada a una idea
descabellada, salió de su casa decidida a desafiar a Aquiles.
Corrió entre la gente,
empujándola para abrirse camino hasta el podio. Respiró hondo y levantó la
vista hasta donde le daba el cuello y encontró la figura de
Aquiles, que parecía brillar de orgullo como otro
sol en el cielo. Golpeó su pierna sistemáticamente para llamar su atención,
mientras contemplaba las caras embelesadas de todos los presentes. Entonces
notó que los rostros cambiaban su expresión al ver a la pequeña tortuga
compartiendo el podio con el gran ídolo; entonces sintió que la desconcertada
mirada de Aquiles se posaba en ella.
Con un gesto casi
despectivo, Aquiles agachó su cuerpo, exigiendole una explicación: esta se
acercó y le susurro su ocurrencia, que resultó ser nada más y nada menos que un
desafío: correrían una carrera mano a mano por la gloria. La concurrencia
estaba expectante, ansiosa pero en silencio, hasta que una carcajada de Aquiles
los sacudió; entre risas y en tono de burla, hizo público el desafío y entonces
sí, todos quedaron atónitos.
Nadie podía creer que
la tortuga hubiese desafiado a Aquiles, el gran campeón e ídolo de todos,
justamente a una carrera. El murmullo se generalizó, hasta que la tortuga,
tímidamente, pidió la palabra para exponer sus condiciones y su convicción de
que ganaría. Explicó entonces que la carrera se realizaría desde el puerto
hasta las respectivas casas, y que el primero en llegar a la propia sería el
vencedor. Las risas, como era de esperarse, no cesaron.
Durante los siguientes
días, la tortuga salió a correr mañana, tarde y noche. Todos podían ver como se
preparaba y algunos se compadecían de su esfuerzo y se lanzaban a darle ánimo,
aun creyendo que era en vano. Por su parte, Aquiles descansaba, recibía de
cuando en cuando admiradores a quienes relataba sus proezas y compartía
reuniones en las que siempre era el agasajado.
Una semana más tarde,
todas las calles de la ciudad estaban colmadas de gente. La mayoría se agolpaba
en el puerto para ver la largada, otros tantos aguardaban en la casa de Aquiles
listos para el festejo, y unos pocos esperaban a la tortuga a unas pocas
cuadras, que es hasta donde pensaban que llegaría para cuando Aquiles se alzara
con la victoria. La tortuga ya se veía cansada para cuando llegó al punto de
partida, y ese era el comentario de todos.
Aquiles deslumbraba
con su cabellera rubia y su altura digna de un dios. Parecía que lo poco que la
Tortuga tenía a su favor se desvanecía. Ambos se posicionaron en la largada,
algunos soltando carcajadas, otros alentando lastimosamente a la Tortuga. Sin
embargo, las cosas muy pocas veces dan giros inesperados. Esta fue una de esas
pocas veces.
En cuanto se hizo
escuchar el ruido del cuerno, Aquiles salió disparado como una gacela. Para
asombro de muchos, la tortuga hizo dos pasos y se escondió dentro de su
caparazón. Nadie parecía entender al principio, hasta que se escuchó la voz del
niño del
pueblo: -“¡Claro, si la Tortuga vive en su
caparazón!”. Hasta el mismo Aquiles se dio vuelta asombrado. La Tortuga había
ganado.
-“Esto no puede ser”!- Exclamo Aquiles, sorprendido. –“Exijo una
explicación ya mismo. ¡Esto es FRAUDE!
-“En realidad, sí puede ser”- afirmó el viejo. –“en realidad, el desafío era quién llegaba primero a su casa. Esta es la
casa de la tortuga, su mismo caparazón... Aquiles,
estoy sorprendido,
pero creo que has perdido, y no hay fraude que acusar. La tortuga ha ganado en
buena ley”-
Todos estaban
sorprendidos, a pesar de la estricta lógica del hecho que estaban presenciando.
No lo podían creer. Su héroe, su baluarte, Aquiles había perdido ante la
astucia de una pequeña tortuga. En ese mismo momento, Aquiles miró a la tortuga
con un esbozo de sonrisa, reconociéndole así su picardía, para luego desaparecer por completo. La
tortuga, por su parte, se sintió elogiada por los aplausos pero rechazó toda
ceremonia, y se dirigió contenta al mar a disfrutar un poco del viento y su
ruido, que la tranquilizaba. No se sentía ganadora de una carrera, si no de un
desafío sobre sí misma que había
resultado aleccionador para todos; y que, con el tiempo, los nuevos
corredores transmitirían de ciudad en ciudad.
Juan y Florencia: La verdad que es un excelente cuento. La consigna se respeta: hay verosimilitud en el relato, pero no solo eso, pareciera que acabo de leer una fábula. El final esta muy bien pensado -tuve que releer de nuevo para entenderlo-,es inesperado; hay buen vocabulario a lo largo del cuento.
ResponderBorrar"Muchos decían que su rapidez hizo que su humildad quedara atrás, para que esta nunca más lo alcanzara" me gusto mucho esa frase. Saludos a los dos