Lo que el viento se lleva, y sigue ignorando.

El viento puede verse de muchas formas. No es solo la brisa primaveral de los cuentos infantiles, no es solamente el pampero bonaerense, no es la tempestad arrasadora de la naturaleza. Es más que eso. El viento es nuestro contexto, nuestro ambiente, nuestra selva, y a nosotros nos sigue llevando.
Se llevó a Anahí, y lo ignora. Ignora todo nuestro presente, pasado, y predica un futuro lleno de vacío. Allí al fondo, donde muere el mar, las ilusiones por la igualdad y el respeto parecen morir, así como muere el sol atrás del cordón montañoso del oeste. Y este sol apaga las luces, deviene en noche. Una noche en la que el miedo se transforma en eterna compañía. Vamos de la mano con la muerte, ignorándola como posibilidad de nuestro estado de vida. Y vamos, y van, y siguen yendo.
Y se siguen yendo. Lo lapidario es el momento, lo que mata las ilusiones es que sea constante y repetitivo. ¿A caso a quien maneja los hilos de la compañera de la noche, no les alcanzó con todas nuestros amores? ¿Dónde quedan las ilusiones de Anahí, a quien el administrador de la marioneta de la suerte, decidió ponerle fin a los latidos de su esperanza?
Pero no he hecho la pregunta más importante: ¿Por qué mierda se tienen que gerenciar nuestros destinos? Nos cansamos de decir basta, pero son sordos ante nuestra voz. La garganta proclama “poder llegar bien a casa”, “caminar solas”, “poder decir NO”. ¿Cuál es su premio, señor? ¿Cuáles son sus objetivos, sus metas? Vivas las queremos, y por sus vidas lucharemos.
La cúpula del conductor de nuestros derechos de vida y de muerte ha decidido que el precio de nuestras vidas, es funcional a sus intereses por decidir acerca de nuestros caminos. Esta decisión la comparte con su amigo más fiel, el encargado de hacer material el dominio sobre nuestra subjetividad, el abogado represor del diablo que, con palos, adormece el instinto por estar tranquilos. El conserje de su mansión, los que escriben sobre el papel legislador, ausentes en sus despachos.
Presentes en el cielo, repleto de Ángeles, hoy Anahí tiene nuevas formas de marchar. Pero no lo quiero así, no. Cada vez son más, y somos más. Y no me voy a cansar, no. Ya lo he escrito, y lo he decidido. ¿Quien te pensas que sos para decidir sobre cada uno? Y ahí fue donde le solté la mano a la muerte, y en esa esquina, la desafié y decidí promulgarme con los míos en contra de sus jefes. Y con la guía de nuestras calles, le voy a escupir la cara al invisible gran espectador.
No nos van a parar. “Cuando la tiranía es orden, la revolución es ley”, escribió René. Y al dejarlo tallado en piedra, mi ideal se construyó de antaño. Porque no me van a callar la boca ni me van a frenar su interés, señor Estado. Y su mejor amigo Sistema, ese invisible del que le hablo, conmigo, se va a ir a las manos. Le voy a dar la mejor pelea. Nunca me voy a caer.

Se los debo. A todas las que te llevaste, compañera muerte, te va a pesar mi lucha con mi mensaje. Ni una menos, hasta aturdirme y dejarte diezmada, muerte. Tu viento se sigue llevando cosas, pero no va a tapar la herida que a cada guadañazo sigue creciendo. Mi viento, en cambio, sigue luchando.

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