La operación cóndor

De la sangre derramada, de la vertiente que llora las lágrimas silenciadas, del viento que recorre la cordillera acallada, de las olas que no mueven los caudales del río de la plata, de las lluvias que ya no mojan el suelo de la selva amazónica ni de la llanura pampeana, del sudor famélico y oscuro de la sudestada represiva. 
Los que hoy lloran la trama rugosa y la estructura texturada de un proceso siniestro, que ha lastimado y atravesado las pieles más fuertes de los resistentes hermanos, reivindican la procesión eterna de un movimiento que apela a la materialización del desaparecido, a la vuelta en vida del extrañamiento soslayante, a la preciosidad del abrazo cálido que se perdió en un instante frío. 
Toda una frazada operativa al servicio de quien duerme con estufas y fuego en sus pies, dejando al desnudo y a la intemperie a nuestro espíritu en invierno. No cualquier invierno, sino el más frío, y el que más se replicó, y el que llegó a helar el fervoroso corazón del cercano ecuador del norte. 
El pleno y tranquilo vuelo del cóndor en la altura, ha sido casi tan desigualitario como el símbolo que pegó, con su abstracción y su dialéctica, el cachetazo siniestro a latinoamérica. El golpe de Knock-out que permitió, hoy, que la memoria sea casi tan reciente como nuestro último suspiro.

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